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Al Final del Camino - Capítulo 6

Su ex amante...

Cuando Pablo llegó a Estados Unidos convivió con una mujer por mucho tiempo. Se enchuló de ella casi desde el momento que piso territorio extranjero y la vio por primera vez. Una profesional que le llevaba varios años, divorciada y sin hijos.  Él me relató muchos detalles mientras fumábamos en el apartamento, frente al cuerpo de Pablo. Me habló que la pasión erótica entre ambos fue muy fuerte, —tal vez más para ella que para Pablo—me decía.

Dijo entre otras cosas que muchas veces el tiempo y las circunstancias matan la convivencia. Pablo le detalló a él numerosos incidentes. En este caso, él que resultaba ser el escritor, veía las cosas naturalmente desde afuera, como si estuviese en las gradas. Durante ese transcurso de tiempo, Pablo le expresó textualmente y totalmente atormentado que ella le abría las patas cuando quería algo, pero cuando él sentía el deseo de meter mano con ella, no había una puta manera de penetrar aquella piel.

Le expresó además que las mujeres te satisfacen en segundos y te provocan, pero se esconden en su egoísmo. Su novela se nutrió de muchas expresiones similares y definía estos asuntos como —una cosa de piel, el arma más poderosa que existe, un arma de fuego que le dispara a los sentimientos; los tritura, los envuelve en un juego mortal cuyo final está representado gráficamente en los obituarios de los periódicos.

Me habló hasta la saciedad sobre este tema.  Pero siempre caíamos en el precipicio de la relación. Pablo sabía que la obsesión podía volver loco a cualquiera. Me indicó con cierto miedo que tocaba ese tema de reojo porque eso en particular tocaba a su amigo directamente. 

Pablo siempre fue un hombre muy obsesivo. Ella, totalmente diferente. La seducción era su arma más poderosa y la manejaba como una experta. Si la gente del caserío hubiese visto esto desde lejos esa situación en pantalla, como si fuese una película, le hubiesen dicho a Pablo que —la puta era una bellaca mala... 

Él en cambio trataba de ser más diplomático. Intentaba explicarle a Pablo sobre esa parte inexplicable que tienen algunas mujeres para capturar la atención de los hombres. Pablo nunca lo entendió.

Ella por su parte tenía su método. Me dijo que lo denominaba, como un tipo de secuestro emocional que funcionaba a la perfección. Lo agitaba. Cuando Pablo llegaba, ella lo recibía totalmente desnuda. Desnuda, salía por la puerta, feliz de la vida, arriesgándose a que sus vecinos la vieran. Lo iba asediando poco a poco hasta que lo tiraba en la cama y se le trepaba encima como si fuera una pantera.

En ese momento lo único que existía para Pablo era esa mujer. Le importaba un carajo lo que sucedía a su alrededor. Ella era primera que cualquier cosa. Ella lo sabía. Con el tacto, la mujer tenía toda la libertad del mundo. Lo seducía, se metía su pene entre sus labios y se lo mamaba pensando que lo iba a poner a comer de la palma de sus manos.

"El poder del sexo tiene en su esencia un aroma particular—me mencionó tantas y tantas veces. Sobre todo cuando la mujer es distinta y ella lo era. Estaba dispuesta a todo sin importar nada. Y en el sexo, más todavía. Lo provocaba y le dañaba la mente. Muchas veces lograba que saliera del trabajo y de sus cosas para satisfacer su ansiedad sexual que estaba a flor de piel.

Muchos años pasaron desde entonces hasta ahora. Pablo tenía su apartamento en el caserío cuando se enteró que ella vendría a Puerto Rico por varios días. Él nunca supo explicarme a ciencia cierta cómo pactaron el encuentro de ellos dos para reunirse.

Me contó que cuando se encontraron, se saludaron con un beso en el cachete y no pronunciaron una sola palabra durante todo el trayecto. Decidieron ir a cenar a un restaurante pequeño, de esos que recordaban con cariño, albergando probablemente en su interior cierta intimidad de años anteriores. Al llegar, buscaron con la mirada, la misma mesa apartada de antaño y se sentaron nerviosos en el filo de los asientos.

Después de tomar unas copas de vino y ella secarse la boca como si fuera una aristócrata, con las servilletas de lujo que se colocan sobre las mesas, le dijo que había regresado porque necesitaba hablar con él.

Después de todo, ella sufrió las consecuencias directas de su huída. Ella quería con sus palabras dar el primer golpe—me dijo en voz baja.

Su ex amante comenzó imponiéndose en la conversación, triturando el hielo que se forma cuando dos seres se juntan y ninguno de los dos quiere hablar. Comenzó diciéndole que no quería que malinterpretara su regreso. Pablo, a la defensiva, esquivando, los hechos como un contendiente de boxeo, la interrumpió bruscamente pidiéndole que recordara todas esas veces que él estuvo para ella y que definitivamente; —eso a ella le importaba un carajo. La voz de la mujer volvió a penetrar las grietas de la conversación;
—¿Vamos a pelear otra vez, verdad?¿qué pendeja soy? Ella sintió en ese momento esa misma sensación en la piel que la llevó casi a la tumba cuando se enfrentaron los dos fuera de la Isla.

Tú sabes bien que lo que hice, lo hice a pesar del riesgo—la voz de la mujer parecía un campanario anunciando un toque de queda. Un lapso de silencio estremeció la mesa en ese momento.

Sabes Pablo, me lastimaste, ¡te fuiste y me dejaste en el piso!, no tienes una puta idea de lo que le tuve que decirle a esa gente para que me dejaran en paz—le decía ella sin despegar la vista de sus ojos.

¿A qué gente tú te refieres; de qué tú me hablas?—le cuestionó Pablo,

Ella sacó su pañuelo y se secó la cara. Tenía la voz quebrada, al punto que para poder hablar tenía que hacer unas breves pausas cuando contestaba.

—No te hagas el pendejo; Pablo. En verdad ¿tú no sabes de quién puñeta yo hablo?, no vale la pena ni contestarte— le dijo ella en un tono cínico.

Y qué carajo querías que hiciera, ¡sí!, me imagino, te conozco, que me quedara, ¿verdad?, ¿y después qué?, un maldito negro puertorriqueño le cae encima a una mujer blanca y media gringa; ¿qué tú crees que hubieran hecho los puercos de allá fuera?— Le contestó Pablo con mucha ironía.

Ella pensó en explicarle el asunto del hospital, la versión que le dio a los policías y al personal que la atendió. Incluso a los vecinos que se quedaron en una pieza cuando les dijo que no había pasado nada.  Estaba segura que no valía la pena explicar un carajo. La única contestación que pudo salir de sus labios fue;

Tú no entiendes cómo me siento Pablo— con deseos de llorar.

Ella entonces comenzó a hacerle un recuento. Le habló de sus celos, la envidia, su persecución obsesiva, llamadas y discusiones que desembocaron en peleas. Le mostró marcas en el cuerpo que no se iban a borrar...

Yo sé que para ti no valió la pena, para mí es diferente—le contestó él.

Ella buscó en su cartera la cajetilla y prendió un cigarrillo. Todavía se podía fumar en los restaurantes. Pablo permanecía en silencio absoluto.

No se trata de decir que valió o no la pena—La voz de la ex había regresado a la normalidad. 
—No se trata eso, pendejo, tú sabes bien de lo que se trata.

¿Y para qué estás aquí ahora?—la voz de Pablo volvió a estremecer la mesa.

Para decirte en tu cara que me voy, que no quiero que me busques, que me llames. No quiero un carajo de tu persona, ¿me entiendes ahora?—en ese instante, ella no tenía tacto alguno al hablar.

Pablo trató de recapacitar, pidiéndole que lo pensara. Que se arrepentía de lo que hizo. Le decía que ella lo llevó ese renglón que tal vez los abogados le llaman “locura momentánea”, aunque sabía que ese argumento jamás lo iba a dejar absuelto ante los ojos de su ex y menos aún, lo justificaría como agresor...

No hay nada más que hablar, te lo dije hace mucho tiempo, te lo dije Pablo, yo perdono pero no olvido, no quiero saber de ti; métete eso bien adentro—la expresión de ella fue tajante.

Pablo estaba cabizbajo y sin hablar.

Vuelve a tu mundo, Pablo. Ese mundo no es el mío. No eres para mí. No sabes nada, no maduras, no entiendes que cuando me miro al espejo me veo con los moretones. No sabes que me acuesto llorando y me levanto igual—ella terminaba su sermón cuando Pablo intentó agarrarle la muñeca pero ella retiró su brazo mucho más rápido sin que él tuviese oportunidad de atraparla otra vez.

No me toques..., no te atrevas porque esta vez no me voy a callar..., y lo sabes—era mucho más que la voz femenina de una mujer atormentada, era una orden.

Dicen los que saben de la materia, que hasta el más bravo de los hombres llora cuando una mujer se les para encima. Ella se levantó de la mesa, lo miró directamente a los ojos y le dijo 
no te atrevas a acercarte más a mí, ¿me entiendes?

Sacó un billete grande de su cartera y se lo tiró en la mesa, evitando que Pablo hiciera ese amago tonto de pararse.

—No te pares, no hace falta; ya me voy. Nos vemos, la mujer le dio la espalda con su cartera y siguió caminando despacio. Pablo se había quedado detenido observándola mientras salía del lugar. Lentamente, recogió sus cosas, mirando el plato de entremeses que permanecía intacto sobre la mesa.

La mente de Pablo volvía a recrear las escenas. Escuchaba de nuevo, la voz inquisitiva de ella, en aquella noche cuando él la agarró por un brazo para impedir que se fuera y la tiró al sofá de su apartamento.

Ella trataba de salirse de sus garras pero no podía porque él era mucho más fuerte.

—Déjame puñeta, le gritaba ella—me voy pa’l carajo pendejo,
¡Quién carajo tú te crees que eres para venir a joder conmigo, canto ‘e cabrón!

Pablo apretaba los labios para no escupirle en la cara. La había visto con su ex marido días antes. Y lo que vio, le jodió el sistema. No podía creer que después que se acostaron tantas veces, todavía ella le estuviese dando esperanzas a ese pendejo.

Ella seguía insultándolo hasta que Pablo le gritó que se callara la —fucking boca. La mujer no se callaba y siguió hablándole sucio. Hasta que Pablo le metió un puño cerca de las costillas que la dejó sin aire. Con la mano al revés, le viró la cara, partiéndole el labio.

Después la agarró por el cuello y la pegó a la pared diciéndole que fuera la —puta última vez que le hablaba de esa forma. En segundos, se dio cuenta que la estaba asfixiando, así que la tiró al piso del apartamento. Ella se arrastraba como si la hubieran herido en un campo de batalla.

Buscó sin éxito cualquier objeto para defenderse pero su cuerpo la traicionaba. Casi no se podía mover. En segundos, él la volvió a agarrar por el brazo, levantándola y lanzándola al suelo, esta vez; con un fuerte golpe cerca a la mandíbula. Pablo la iba a golpear nuevamente pero comenzó a sonar el timbre de la puerta de entrada.

No paraba de sonar.

—¡Qué jodienda!, pensó él, en segundos.

Eran los vecinos. Pablo retiró sus manos, dejando que se cayera nuevamente al piso del apartamento. La mujer caía de bruces casi inconsciente. Pablo abrió la puerta de golpe, desplazando violentamente a los vecinos. Parecía que una ráfaga de viento con fuerza de huracán los hubiera azotado en cuestión de segundos.

El se les paró de frente y les dijo
one fucking word..!— y les mostró el cañón que cargaba en la cintura.

Salió de allí corriendo.

Seguros de que él se había ido, los vecinos finalmente entraron y vieron a su vecina que estaba entre medio del delirio como consecuencia del dolor por los golpes. La sala del apartamento estaba deshecha. Atravesaron con dificultad los objetos que se rompieron durante la trifulca. 

Ella; que escuchó a Pablo cuando salió..., lo único que pudo balbucear fue
—don’t do anything, please don’t do a fucking thing.

Pablo salió caminando rápido del lugar totalmente alterado. Llamó a un taxi para que lo recogiera en la parte trasera del edificio. Los vecinos la levantaron mientras llamaban al 911 durante la histeria y la conmoción. Parecía tener fracturas hasta en la quijada. La ambulancia llegó y Pablo no aparecía por to’ el canto.

Iba de camino al aeropuerto.

Salió de Chicago, dejando todas sus pertenencias. Lo único que se trajo fue su billetera, y por supuesto; el arma de fuego que cargaba encima. ¿Cómo la pasó por Aduana?, él nunca pudo averiguarlo. Las malas lenguas dicen que le costó tres de los grandes llevársela. ¿Qué sucedió con las cosas y el sitio dónde vivía?, tampoco él lo supo. Llegó al caserío de madrugada como ladrón en la noche. Se tiró en la cama con los ojos abiertos. Su mirada atravesaba el techo y terminaba en esa región hostil donde los seres humanos se maltratan a sí mismos.

Al pasar el tiempo, él siempre supo como su amigo que las horas de agresión de aquella noche nunca quedarían atrás. Pablo aceptaba que sí; que la había jodío’.

Pero punto seguido, como él mismo le dijo,
—¿qué puñeta quieres que te diga?, no nada, no hay un carajo que me justifique.

—Vamos a cambiar el “fucking tema, ok.

¿No tienes miedo que ella se te aparezca y te trate de joderte después de esa pela?— Él le preguntaba

—Mira..., bro’, ella jamás se va atrever a hacer nada. Tú me conoces. En mi caso, como dicen por ahí, excusas pa’l carajo. No hay mucho más que decir. ¡Ah!, que estoy arrepentido, que no voy a joder a ninguna otra mujer..., eso es mierda hermano. Hay que estar en ese momento para saber qué carajo se siente.

—Yo la vi a ella con ese cabrón y parecían una ‘fucking’ pareja. ¿Dónde quedaba yo... ¡ah!? Entonces tú piensas cómo se te metió esa mujer por debajo, te buscó, te llamó hasta volverte loco.  Te llevó finalmente a su apartamento sin imaginar; y esto está cabrón, que cuando abrías la puta puerta te encontrarías con una mujer desnuda de la cintura pa’bajo., ¡imagínate! ¿Qué puñeta tú crees que yo iba hacer?

¿Y por qué no te quitaste antes. Me explico, Pablo; picabas, te ibas, sin remordimientos y un carajo de compromisos o jodiendas—Él lo cuestionaba como si fuera un fiscal interrogando un testigo.

—“Me pasó lo que nunca ‘men; me enchulé de la cabrona...”—.

A partir de ese momento el tema ya cruzaba una frontera peligrosa. Pablo ya no quería seguir hurgando en la herida porque era demasiado profunda y poco a poco esa tertulia cambiaría de tono, dejando un ambiente demasiado tenso. Las discusiones sobre otros asuntos se iban acabando.





Bellaca – adicta(o) al sexo.
Trifulca – pelea entre dos o más
Bro – “brother”, hermano, una forma peculiar de llamar a un amigo
Enchule- enemorarse, obsesión pasional


Al Final del Camino, Capítulo 6. ©José Carlo Burgos 2018, Todos los Derechos Reservados. Ilustración: José Carlo Burgos. Prohibida la reproducción de este material digital o miente otros medios digitales sin previa autorizaciónón del autor.


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