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el discurso oficial


En algún sentido, y en la mejor de sus lecturas, Recuerdos que mienten un poco son las memorias de un hombre que no era especialmente guapo ni parecía tener un talento particular y se convirtió en profeta carismático. Uno como tantos al que le ocurrieron, como suele suceder por el mero hecho de vivir, cosas inesperadas. Uno que tuvo oportunidades de seguir una línea de corrección pequeño burguesa pero terminó eligiendo caminos alternativos. Uno que se jugó a una aventura hedonista y la aspereza de su tiempo lo metió en un campo de batalla donde no le fue fácil preservar una integridad más o menos ética y contracultural. Tanto dejarse llevar, y salvarse, y seguir adelante, y salvarse (no es un hecho menor para este hombre formar parte de la épica hippie en la Sudamérica de los primeros setenta), lo fueron convirtiendo en alguien especial, en un artista que empezó a manejar un fino sentido aforístico y una buena técnica para dibujar. Una cosa lleva a la otra, terminó con un micrófono en la mano como líder de la banda musical más popular de Argentina, escribiendo en dupla con un amigo guitarrista canciones de tres minutos, porque tuvo la intuición de entender que era casi imposible hacer películas experimentales y resultaba más divertido juntarse con varios disidentes como él para jugar al rock. Ahí empezó la inesperada épica de ese hombre que pudo ser (y no fue) un anónimo y solitario poeta beatnik de esos que se desloman trabajando en cosas que no les gustan y viven el otro lado del rock.
Esta es ni más ni menos que la prehistoria de Carlos Alberto Solari, nombre civil del Indio, hoy uno de los hombres más carismáticos de la cultura argentina contemporánea. Se sabe poco de él, o más bien se sabe poco a través de él, porque tanto el Indio como los Redondos optaron por apartarse de la conducta exhibicionista habitual de las estrellas del espectáculo (y sobre todo del rock). La lógica anti-mainstream, llevada al paroxismo, explica en gran parte la construcción del mito ricotero, y también de su anti-héroe principal, ese hombre que no era especialmente guapo ni simpático ni parecía tener un talento particular y que en los últimos treinta años no mantuvo una comunicación fluida con el resto del mundo y se fue encerrando sobre sí mismo, sobre su propio relato, sobre sus propias canciones y sobre una imagen estereotipada de 'pelado' con lentes negros y chaqueta negra que no deja verse más que en recitales (misas) de decenas de miles de espectadores (fieles).
La noticia de la publicación de las “memorias” del Indio Solari es esencialmente perturbadora. Es una decisión que lo cambia todo, o por lo menos se ingresa en otro paradigma: el de la biografía oficial, el de la versión controlada, el de la historia reconstruída. No importa si era necesario o no, si esta acción opera o no a favor del mito ricotero, si es un simple negocio editorial. Parece ser, antes que nada, una necesidad de explicarse y explicar, de aclarar ciertas cosas que han sido escritas, o dichas, de las que todo indica que Solari tiene otra versión.
El libro de las "memorias", titulado Recuerdos que mienten un poco, se presenta en formato entrevista, en una larga 'conversación' editada (con el escritor Marcelo Figueras) que sigue un hilo biográfico, transita historias de vida familiares y de amigos, anecdotario diverso, entretelones del ascenso de los Redondos del under a grandes estadios, la tragedia de la muerte de un espectador por abuso policial, los discos, las canciones, el crecimiento difícil de sostener, las peleas, el camino solista, nada por cierto muy sorprendente.
Es un relato valioso, sobre todo en la primera parte, cuando Solari no cuida tanto el personaje y deja ver un Carlos Alberto en estado crudo, frívolo y errático, bastante inmaduro, que se va aplacando y civilizando en la medida que el rock (o sea, la banda), pese a ser anti-mainstream en el discurso, se convierte disco tras disco en una máquina profesional sostenible y exitosa. No se le quita mérito a la independencia, a la autogestión, a la coherencia ideológica, tampoco a los puntos altos artísticos, que son muchos, por supuesto, simplemente se anota que Solari utiliza el libro para explicar viejos debates abiertos y empieza a mostrarse más calculador en cuidar su versión a medida que avanzan las páginas. Se detiene especialmente en explicar la forma en que los Redondos iniciales perdieron su caracter performático y heterodoxo para definirse como banda de rock (el Indio justifica expresamente las decisiones que generaron el alejamiento de gente incorrecta como Symns y Mufercho), en la hipótesis mágica que deja traslucir para autoexplicar el éxito popular del grupo (el Indio desarrolla una errónea y megalómana versión que coloca a los Redondos como una genial isla creativa alejada de un mediocre rock argentino), en el manejo de shows más grandes autoproducidos donde descuidan y evitan responsabilidades que les competen (los problemas con la corrupción policial, la muerte de Bulacio, la cancelación del show en Olavarría), y sobre el final una teoría poco creíble relativa a la histórica pelea con el guitarrista Skay Beilinson (se habrían distanciado por la posesión y custodia de la grabación en video de un show). En todos los casos de estas 'explicaciones' se aplica el gastado refrán "no aclares, que oscurece", lo que vuelve al libro una operación para imponer un discurso oficial, estrategia válida pero que clausura otras posibilidades discursivas acaso más interesantes.
Todo esto, de todos modos, aparentemente sigue siendo valioso, y potencia su valor por lo ya dicho de que el Indio Solari haya decidido no solo comunicar su versión sino exhibirse, como personaje, como hombre público y como artista de notoria producción. El gran problema es que la 'transparencia' no es tal y lo que en definitiva expone -excepto en la primera parte y en pocos momentos más- es la superficie del personaje, su discurso, sus enrosques intelectuales. Más allá de algunos entretelones relativos a la conflictiva relación con el éxito, a la fobia social y a pequeñas escenas de su vida privada (todas ellas bienvenidas y que aportan lo más sustancioso del libro), la mayor parte de la conversación que mantiene con Figueras transcurre en lo ya anotado y en la órbita de las letras de las canciones, de cada una de todas las letras de canciones que Solari escribió y grabó a través de más de treinta años.
En ese punto, el libro se vuelve ricotero, hermético y se cierra sobre sí mismo. Y se incomunica, porque si bien el talento aforístico de Solari es indudable, difícilmente pueda sostenerse tanto palabrerío y analogías que intentan una pretensión absurda de trascendencia. Hay sí un puñado de canciones que hicieron y siguen haciendo historia, y son buenas piezas poéticas, pero esto no alcanza para que dos personas (un fan oficial y el propio autor) lleven la charla a momentos insoportables y soporíferos, rozando todo el tiempo la "filosofía barata" de la cual ironizaba Charly García y que tuvo desgraciados ejemplos librescos en varias de las aventuras "literarias", por ejemplo, de Andrés Calamaro (si nos focalizamos en el 'rock argentino').
Entre los detalles a destacar del libro y que se salvan de la abundante autocomplacencia filosófica-literaria, destaca una 'capa' discursiva que no ha sido mencionada y que es a todas luces de alto interés para los interesados en rock y en música popular. Solari desarrolla, con cuidado y excesivo control sobre lo que escribe, como se dijo, su relación creativa con el guitarrista Skay Beilinson. Y aprovecha para estampar en letras de molde su versión sobre los Redondos en lo estrictamente musical, que incluye un cansancio del formato rock que sería el germen de la tensión entre el guitarrista y el cantante. El Indio se atribuye ser el costado más provocador y rupturista de la dupla, ser el más "beatle" (en el sentido de experimentar con nuevos formatos) y el generador de movimientos que fueron abriendo una grieta entre ambos. Esta 'capa' del relato parece ser una de las líneas en las que Solari parece 'mentir menos', o por lo menos sincera una insatisfacción crónica que se condice con la bipolaridad que manifiesta todo el tiempo respecto a su propia obra. Pero, en todo caso, se solucionaba con un artículo de 10 o 20 páginas a lo sumo, y no un mamotreto inflado que ha resultado un excelente negocio editorial.


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