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Y la forma de expresar cambió de la emoción de quien miraba a la emoción de quien creó.



Uno de los más grandes paisajistas de la historia lo fue el pintor holandés Jacob van Ruisdael (1628-1682). A pesar de no haber sido valorado en vida, sus creaciones comenzaron a mirarse con mucha admiración un siglo después de haberlas creado. Y desde entonces su relieve como extraordinario artista del Arte no ha dejado de ser reconocido. Esa forma de componer un cielo lleno de perfectas nubes, con su perfecta textura matizada de colores suaves y perfectamente delineados con su entorno... Como lo vemos aquí, en esta maravillosa creación El Molino de Wijk bij Duurstede (1670). Con pequeños resquicios entre las nubes oscurecidas, por donde traspasará la luz solar que iluminará partes del mar, tan solo partes, esas que corresponderán a la menor densidad nubosa y que permitirá alumbrar, ahora, mucho más las aguas revoltosas de la ensenada retratada. Y, luego, le seguirá la sombra de una franja oscurecida... ¿Habrá mayor devoción al detalle por unas sensaciones que deben admirar ahora aquellos que lo miren?

Con el Barroco paisajista holandés de Ruisdael, el Arte del paisaje llegaría a su más exquisita forma de ser creado. Ya no se podría ir más allá en perfección... Sin embargo, el pintor no conseguiría ser reconocido nunca mientras vivió. Tan poco lo sería que acabaría su vida en la más desolada indigencia, cuando entonces sus correligionarios menonitas -una secta protestante anabaptista- tuvieron que solicitar al ayuntamiento de la ciudad de Harleem que lo acogiera en un asilo donde terminaría falleciendo el pintor. Hoy se reconoce la alta calidad de sus obras, donde ahora la luz y los acabados de sus formas matizarán el conjunto con una perfección y equilibrio solo conseguido por los grandes creadores de la historia. Pero, con el progreso inevitable de la creación artística, las cosas irían siendo vistas más adelante de otro modo... De la mirada emotiva demandante (cargada de razón) -belleza perfecta- del espectador de la obra, se pasaría a la de la emoción compartida (cargada de sensación) -belleza sugerida- tanto del propio pintor como del sujeto pasivo -espectador- que lo observa ahora (el Romanticismo fue la tendencia que iniciara verdaderamente ésto).

Pero, algo más tarde, derivó aún mucho más esa mirada... Porque luego -finales del XIX- la mirada ya no importaría tanto, ni la del receptor -el espectador- ni la del motivo o causa -el pintor-. Todo esto comenzó cuando Gauguin, el gran pintor postimpresionista francés, le aconsejara a otro artista en el mágico lugar de Pont-Aven, en la costa atlántica francesa de Bretaña, que el Arte es lo que tú ves, la emoción que te produce a ti -refiriéndose al propio pintor que lo crease-. Y ahí acabaría ya el sentido de obra-receptor para convertirse ahora en el de obra-autor. Este pintor al que se dirigió Gauguin, Paul Sérusier (1864-1927), terminaría llegando a París en 1888 y acabaría convenciendo a otros colegas con una obra suya... llena ahora de fuertes amarillos, El Talismán, una obra que habría compuesto antes en Pont-Aven. Una creación donde los abigarrados colores dominan ahora las formas, donde no habría siquiera contornos donde la mirada fijara su sentido propio, ese que correspondería antes a aquello de: cada cosa con su color. Muy pronto, entre todos estos nuevos creadores -Edouard Vuillard (1868-1940), Ker-Xavier Roussel (1867-1944) y otros-, se sintieron ahora llenos de un aura de providencia artística, de una inspiración avanzada para ver así el nuevo acontecer que traería el Arte a la historia moderna. Y, convencidos de su relevancia, acabaron por denominarse Nabis, "profetas" en hebreo.

Edouard Vuillard no estaba destinado a pintar..., como toda su familia, debía haber seguido la carrera militar. Sin embargo, su compañero y amigo Xavier Roussel, introducido en el Arte, le aconsejó que se dedicara a pintar. Y es como Vuillard comenzó a crear en el año 1885. Pero, no fue hasta 1888 cuando comprendió cuál era el verdadero sentido de la Pintura... A diferencia de Sérusier, combinaría Vuillard formas definidas con fuertes trazos de color, algo que asombraría a todos en aquellos años finales del siglo XIX. Pero, no a todos exactamente... El Arte seguiría avanzando, poco a poco, en la admiración de encontrar una nueva forma de crear. Los Nabis fueron sólo una excusa en el Arte para llegar luego a lo que se llamó Arte Moderno. Se adelantaron. No sería esta la generación que alumbraría, con otro estilo, el rasgo que apasionaría más tarde, en los años veinte y treinta de ese siglo XX. Aunque, ellos sí que consiguieron, al menos, convencer con gran talento con su rebuscado nombre de tendencia. Porque fueron como una profecía, esa misma premonición artística que diese la inspiración y el acierto a todos los creadores subsiguientes. Esos otros artistas que, luego, les siguieron muy seguros de emprender otra cosa en esa nueva historia del Arte...

(Óleo de Edouard Vuillard, La ventana, 1894; Pintura de Ker-Xavier Roussel, Escena mitológica, principios del siglo XX, Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia; Óleo de Jacob van Ruisdael, El Molino de Wijk bij Duurstede, 1670, Museo Nacional de Holanda, Amsterdam; Cuadro romántico de Caspar David Friedrich, Naufragio en el mar de hielo, 1798, Hamburgo, Alemania; Óleo Retrato de Simone, 1913, de Edouard Vuillard; Obra del mismo autor Vuillard, Madame Hassel sentada leyendo con un vestido rojo, 1905; Cuadro de Vuillard, Escena de café, 1910; Obra de Paul Sérusier, El Talismán, 1888, Museo de Orsay, París; Fotografía de 1899, donde aparecen de izquierda a derecha: Ker-Xavier Roussel, Edouard Vuillard, Romain Coolus, Felix Valloton.)



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